MALAL EN AGE OF SIGMAR

 


LA ALARGADA SOMBRA 
DEL DIOS
 DE LAS PARADOJAS

El universo de Age of Sigmar tampoco se escapa de la sinuosa presencia del Jerarca de la Anarquía, algo lógico si tenemos en cuenta que ahí también participan los demás dioses del Panteón Ruinoso, por qué no iba a estar involucrado Malal?

Como siempre, Games Workshop introduce la participación del Renegado mediante alegorías e insinuaciones, siempre usando subterfugios, dejando caer detalles por aquí y por allá...
quizás burlando la demanda por derechos de autor o quizás por tener cierto cariño al Paria, o tal vez porque saben que sería un reclamo de ventas para los nostálgicos.

Vayamos al universo de Sigmar, concretamente a Warcry.
Analicemos Tome of Champions publicado en 2020.


Para aquellos que no tengan el libro, introduce una campaña narrativa ambientada en las ruinas de una antigua ciudad en las Ochopuntas. 
La ciudad es muy antigua, de principios de la Era de los Mitos. Sus habitantes adoraban a los cuatro dioses del Caos hasta que algo acabó con ellos.

Ahora hay una antigua y odiosa presencia divina que aún habita bajo la ciudad. A todo el mundo le asusta y nadie parece saber exactamente qué es. Parece despreciar a los adoradores del Caos y le gusta jugar con ellos, convirtiéndolos en diferentes versiones de sí mismos.

La ciudad se llama Soroth Kor, la ciudad silenciosa.

La campaña comienza con esta frase:


"El rey de tres ojos descendió sobre las tierras del Nexo como un meteorito negro. Los hombres cayeron como hojas, ante la ira del ruinoso vendaval"

Os suena un dios con tres ojos? Recordáis cómo Malal hizo caer de sus monturas a los campeones del Caos en el último cómic El mal de la piedra bruja de la Búsqueda de Kaleb Daark?
Coincidencia...

Pero sigamos

"Pero lo que los dioses del orden abandonaron, los monarcas del abismo lo codiciaron, pues allí la sombra de su malicia podía cernirse"

Malicia como sabemos es el nombre que adoptaron para Malal en el universo Warhammer 40k.
Por qué utilizar esa palabra concreta y no maldad (evil), entre otras?
Otra coincidencia...

En la parte narrativa de la campaña, la presencia de Soroth Kor adopta las características de los cuatro dioses mayores del Caos, la ira de Khorne, la entropía de Nurgle, el hedonismo de Slaanesh y el poder del cambio de Tzeench. Una característica que también posee Malal.

Esa presencia divina tiene el poder de poseer a voluntad a los guerreros que se adentran en la ciudad y los parasita haciendo de ellos unos títeres que maneja a su antojo.

Pero la cosa se pone más interesante según avanza la campaña.



En varias ocasiones aparecen adornos de manos con seis dedos y ojos tatuados.
Una referencia a los seis dedos que posee Malal en sus manos y su tercer ojo?


Según avanzamos y llegamos al centro de Soroth Kor, en el Corazón del Silencio, aparece un rey demonio cuyos cultistas se autosacrifican en su honor.
La destrucción del Caos y de toda vida en la Galaxia, así como su propia aniquilación es la finalidad de Malal. También es un dato curioso que el centro de la ciudad se llame el corazón del silencio, una referencia a los Hijos de la Malicia tal vez?


Otro de los "jefes de nivel" de la campaña es una gran Gargantua, Klorgg, acompañada por una hueste de carroñeros deseosos de carne fresca, que se dedica a esparcir la anarquía entre las bandas de guerra que entran en las ruinas de la ciudad.
Es bastante explícita la referencia a Malal, no creo que se necesite explicar más...

A continuación comparto la parte narrativa de la campaña.


SOROTH KOR 
LA CIUDAD SILENCIOSA

Erigida en centinela sobre el extenso Kardeb Ashwaste, Soroth Kor es una ciudad de cadáveres, un mausoleo de los grandiosos tiempos.
Es un lugar de horror acechante, donde las bandas de guerra acechan las calles sombrías en busca de gloria y tesoros.
Sólo algunos, sin embargo, tienen un indicio de los muchos secretos que posee la ciudad.
De todas las preguntas que se plantean en torno a la ruina de Soroth Kor, la primera que se plantean muchos estudiosos y exploradores es una de lasmás sencillas:
¿con qué manos fue levantada?

En cuanto a la Ciudad Silenciosa, hay pocas pistas y las que existen a menudo parecen apuntar a respuestas contradictorias. Aunque su fundación se remonta a siglos antes del comienzo de la Era de la Guerra y, por tanto, anterior al establecimiento estandarizado de las ciudades libres de Sigmar en los Reinos Mortales, hay indudables signos de Azyriteen medio de los túmulos - glifos descoloridos grabados en piedra, plazas y avenidas construidas según rigurosos alineamientos celestes- que parecen más antiguos incluso que las derruidas estatuas dedicadas
al "Dios-Rey y al antiguo Panteón" del Orden.
Sean cuales fueren sus habitantes originales, parece que ellos tenían conocimiento del Reino de los Cielos, ya sea que a través de la sangre o un simple deseo de emularlo.
Sin embargo, apenas se conoce nada de la historia de la ciudad.
Incluso la Gran Biblioteca de Soroth Kor, situada en el barrio rico que constituye el extremo noroeste de la ciudad, no ofrece una descripción definitiva de la identidad o la cultura de la ciudad.
Los textos desmenuzados recuperados por valerosos expedicionarios sigmaritas no mencionan el nombre de la ciudad hasta las crónicas de la Edad del Caos, aunque la mención de la creciente influencia de una fraternidad secreta entre sus murallas, junto con los desagradables relatos de actos de sangre y vicio cada vez más elaborados, sugiere que la ciudad había permanecido en pie durante un tiempo considerable antes de esos años oscuros.

Es poco probable que Soroth Kor fuera el nombre original de la ciudad; en cambio, es mucho más probable que el apodo se originara a partir de alguna frase vil en la lengua oscura que encapsulara la caída de la ciudad. Con tan pocos hechos concretos disponibles en las fuentes históricas, hay que fijarse en las dimensiones físicas de la ciudad para hacerse una idea de su lugar en el "Despojo del Viento de Sangre".

POR ENCIMA DE LA NEGRURA

No se puede hablar de Soroth Kor sin reconocer la presencia del río Azote, que se abre paso en la ciudad desde el este y pronto engendra dos canales gemelos que transportan parte de su viscoso caudal hacia el norte y el sur.
El Azote es sin duda un elemento clave del paisaje de la metrópoli. Una vez sus profundidades eran brillantes y transparentes, transportando el agua fresca quebrotaba de los manantiales de las montañas hasta el corazón de la ciudad primitiva.
Sin embargo, nada puede permanecer intacto bajo la influencia maligna del Caos.
Ahora las orillas del Azote enmarcan un río caudaloso de vitae espesa e hirviente, cuya superficie turgente se contorsiona de vez en cuando en la imagen de rostros agonizantes, las sombras desgarradoras de cosas desconocidas vislumbradas justo bajo la superficie.

El cuerpo principal y los canales del Azote biseccionan lo que una vez fue el distrito Pobre de la ciudad, dividiéndolo en dos mitades y aislándolo de la mitad occidental de Soroth Kor, más próspera.
Puentes desgastados por el tiempo atraviesan estas corrientes embravecidas el mayor de los cuales es el siniestro Puente de Cristal una construcción gigantesca forjada
con un material arcano mármoreo vitrificado que atraviesa el cuerpo principal del Azote y brilla con un resplandor opaco bajo cielos terribles.
Estatuas de ébano bordean este puente, montadas sobre podios en ruinas o simplemente abandonadas.
Cada una de ellas representa a un poderoso guerrero inmortalizado en un reflejo de dolor o de triunfo.
Los otros puentes, más pequeños, poseen casetas de guardia más tradicionales, y las bandas de guerra que mantienen estos cruces son capaces de extraer un consistente diezmo de riqueza tributable o promesas de lealtad de los aspirantes a exploradores. Sin embargo, el Azote no serpentea por toda la ciudad. Más bien, termina cerca del centro de Soroth Kor, el llamado "Corazón del Silencio", donde se alza desde la Era del Caos un gran ídolo de la estrella de ocho puntas.
Aquí las calles caen en un abismo de eco conocido como la Hondonada, y en esta boca negra y hambrienta se precipitan las aguas de sangre hirviendo del Azote...
Bajo las calles de la ciudad yace una intrincada y aparentemente interminable red de catacumbas y cavernas que se abren paso hasta lo más profundo de la corteza del
reino.
Muchas de ellas se encuentran bajo la expansión industrial conocida como Narthol-Hor, iluminados por el resplandor volcánico de los canales de magma en ebullición que una vez proporcionaron calor y energía para las fábricas en lo alto. En estas fábricas se producían maravillosos arcanos y fascinantes maravillas mecánicas, utilizando conocimientos traídos sin duda de la arcada chamánica situada através del Kardeb Ashwaste. Muchos de estos tesoros aún permanecen en Narthol-Hor;
si una banda de guerra desciende a las catacumbas, incluso descubrieron vetas de preciosa varanita, la piedra fundida del reino de las Ocho Puntas por la que se han librado guerras enteras.
Pero también se susurra que hay un lugar bajo las cavernas del fuego. Muy por debajo de las llamas, por debajo del calor rugiente y de las vetas inestables de roca cambiante, sólo hay un abismo de frío sin luz. Se dice que hay caminos hacia este lugar, aunque están sellados - un límite que incluso los señores que dieron forma a la ciudad no cruzarían. Los que han sido enviados al Abismo para intentar llegar a él nunca han regresado. Muchos de los que se encuentran en el borde de la sima afirman sentir como si una inmensa e insondable negrura les mirara fijamente; algunos mortales incluso deciden arrojarse a la oscuridad sin fondo, abrumados por extrañas compulsiones y por la sensación de que su existencia es infinitesimal.
Nadie ha cavado un túnel lo bastante profundo a través de las catacumbas para llegar a este lugar sin salida, llegar a este lugar de oscuridad infinita, pero los que lo intentan a menudo regresan aferrándose a trozos de obsidiana de la llamada piedranula, una forma de roca
arcanamente absorbente formada, según se dice, a partir del frío del propio vacío.

LOS PASILLOS DE PODER

Soroth Kor ha sido conocida durante mucho tiempo como la Ciudad Silenciosa, y con razón. Mientras que otras ciudades de las Ocho Puntas han sido degradadas y despojadas en verdaderos paisajes infernales a lo largo de los siglos, aquí las depredaciones de los Poderes Ruinosos se manifiestan de una forma mucho más insidiosa.
Adornos caóticos a medio terminar asoman desde casas y torres destruidas, abandonadas a medio construir. Algunas ruinas ni siquiera han visto este nivel de profanación, sino que permanecen tan inquietantemente silenciosas y sin adornos como el día en que la ciudad se sumió en la oscuridad.
Las estatuas derribadas de Sigmar y sus compañeros dioses del Panteón del Orden miran acusadoramente por las sinuosas calles, en algunos lugares erosionadas casi hasta la nada, en otros aparentemente indemnes al paso del tiempo.

Hace mucho tiempo que nadie ha hecho un esfuerzo concertado para recuperar Soroth Kor. La ciudad parece devorar a todos los que pasan más allá de susmuros; tal fue el destino de sus habitantes en el pasado, y hay muchos relatos susurrados debandas de guerreros que desaparecen por completo entre sus muros o regresan con sus mentes deformadas, como si los hilos fractales de la causalidad y el destino, de pasados y futuros potenciales, estuvieran enredados y rehechos por alguna presencia ligada a la ciudad. Recientemente, sin embargo, las cosas han cambiado. Aunque los señores de Carngrad, al noroeste, nunca dejarán de derramar sangre entre ellos -así no es el
caos-, son una raza celosa y sedienta de poder, que busca cualquier oportunidad para expandir su poder y, tal vez, atraer la mirada de sus dioses.
Así que guerreros juramentados y espadas contratadas de todo el Despojo del Viento de Sangre han sido enviados sin precedentes a las ruinas de Soroth Kor y se les ha ordenado someterla al dominio de los Talons.
Hasta ahora, la reivindicación de Carngrad -como se conoce a la zona de la ciudad recolonizada por estas huestes merodeadoras- no cubre más que una pequeña fracción del antiguo distrito rico de la ciudad. Muchos señores de la guerra han surgido y caído en un período relativamente corto, luchando por el dominio, pero uno en
particular ha cobrado importancia: Harkoth el Sabueso, un temible señor cuyo rostro bestial y cuernos enroscados son sin duda un signo del favor divino. Lord Harkoth y su corte se han hecho con el control del Castillo de Blackspear, la antigua sede de Soroth Kor que se alza sobre un montículo de tierra salpicado de fragmentos de cristal de obsidiana. Desde aquí, el paladín del Caos envía a la ciudad bandas de guerreros suplicantes y guerreros de élite en misiones oscuras, mientras intenta reforzar su control sobre la metrópolis.
Sin embargo, las fuerzas del Caos no están solas. Desde muy lejos, bandas de guerra de otras alianzas han viajado a Soroth Kor, buscando aprender sus secretos y saquear sus tesoros o negárselos a sus rivales. Los guerreros de la Muerte ven la ciudad como su legítimo dominio, una tumba fría y silenciosa en la que lamuerte y el declivese abren paso.
Las bandas de guerra del Orden recorren las ruinas de la ciudad, luchando por sus vidas en busca de ventaja sobre las fuerzas de los Dioses Oscuros. Los clanes y tribus de la Destrucción no persiguen ideales tan elevados, por supuesto; sólo vienen a aplastar o, en el caso del Espectro Sombrío Gitz, a saquear todo el botín brillante posible de Narthol-Hor.

La guerra llega a SorothKor y se librará en mil batallas en cada calle y en cada plaza ensangrentada.
Queda por ver quién, si lo hay, conocerá las verdades de este misterioso lugar.

SILENCIO

¿Qué es esto? ¿Quién se atreve a venir de la noche de los Elegidos que reclama caminar por las calles de Soroth Kor?
Tal vez otro señor de la guerra en busca de conquista? ¿Un mago ladrón en busca de secretos que no son suyos? Tal vez estás aquí simplemente porque ansías la guerra.
Al menos serías un tipo honesto. Tal vez estás aquí porque tus dioses te lo ordenaron; no serías el primero, piensa.

Es lo que hacen los dioses. Es lo que siempre han hecho. Piden a los mortales que se lancen a la rueda del destino y pierden el interés para cuando estemos aplastados en sus radios.
No como Soroth Kor. Oh no, mi imprudente amigo, Soroth Kor sabe que estás aquí. A Soroth Kor le importa que estés aquí, demasiado.
Si he aprendido algo durante las décadas -¿o siglos? - que he caminado por estas calles silenciosas, es que esta ciudad quiere saberlo todo sobre ti.
Quiere saber lo que te duele, lo que te asusta, lo que te quita, pero también lo que te devuelve, aunque nunca como habías imaginado".

Si este lugar tiene una debilidad, sin duda es el aburrimiento. Aún así, por eso tenemos aventureros como tú.
Así que dime, guerrero. ¿Qué buscas en este silencioso cadáver de ciudad?¿Oro? ¿Gloria? ¿Verdad? No encontrarás las dos primeras cosas, y la última tiene un coste más alto del que estarías dispuesto a pagar. Los secretos que deseas te verán perdido, como les ocurrió a aquellos que una vez pensaron en nombrarse a sí mismos señores y amos.
Soroth Kor no ofrece nada gratis. Me permite vivir aquí sólo para que pueda presenciar su locura milenaria. A los intrusos que tienen la suerte de encontrarme, les concedo la misericordia de una muerte rápida. Mejor la muerte rápida y sencilla. Mejor que tu final sirva para alejar a otros. Mejor que ofrezcas tu vida en
sacrificio que caer en la oscuridad.
¿Aún te sientes valiente, guerrero? ¿Todavía crees que tus dioses te están cuidando aquí? Desengáñate de esas nociones insensatas. En este odioso lugar, sólo hay una verdad superior a la que puedes aferrarte. Soroth Kor tiene alma.

Y te odia.

********

Al principio, habían intentado trazar un mapa de la ciudad, lo que Drakain había considerado prudente. En la espesura de las Ocho Puntas como en los fosos de combate de Varanspire, conocer a tu enemigo era conquistarlo. Él y sus guerreros no eran aullantes Bestias Indomables ni berserker devotos del Dios de la Sangre.
Eran Tiranos de la Espira, los elegidos del Rey de los Tres Ojos, así decía la máxima. Tenían normas que mantener
Sin embargo, a Soroth Kor eso no le importaba. Pronto se hizo evidente. Todos los demás enemigos que Drakain había conocido, había aprendido pronto a masacrarlos.
El hecho de que siguiera viviendo en el infierno del Despojo del Viento de Sangre lo demostraba.

Los legionarios del Golem de Hierro estaban acorazados, pero eran lentos y difíciles de manejarse, propensos a ser desangrados por golpes rápidos.
De su cinturón colgaban las cabezas cortadas de los sacerdotes del dolor de los Deshechos, prueba de que incluso aquellos degenerados sádicos no podían soportar tanto.
Los cultistas del Colmillo Astillado -los que Drakain más odiaba, cobardes sin honor que confiaban la victoria a venenos y trampas- sólo necesitaban infligir un único corte para matar, así que el truco consistía en no dejarles nunca hacer ese corte. Todo esto lo sabía. Había triunfado sobre todos ellos; fueron sus cadáveres descuartizados los que allanaron su camino a la gloria.
Pero una ciudad era otra cosa. Las ciudades eran antiguas, y sus piedras habían sido testigos mudos de los secretos de todos aquellos que alguna vez habían caminado por sus calles. Eran difíciles de conocer, difíciles de predecir. Soroth Kor, sin duda, estaba demostrando ser ambas cosas.
En los días anteriores a ser arrastrada a las sombras por los engendros retorcidos que acechaban este maldito lugar, Sarkana había murmurado que era como si las calles se movieran cuando uno no las miraba. Drakain no estaba seguro de creerlo; había mucho de extraño en las Ocho Puntas, pero tal cosa parecía reservada a aquellas tierras evidentemente reclamadas por Tchar, el más inescrutable de todos los grandes poderes honrados por los habitantes del Despojo del Viento de Sangre. Sin embargo, Sarkana
no era de las que malgastaban el aliento en vanas fantasías.
Los recuerdos de la Luchadora del Foso de piel aceitunada, con los tatuajes de garras de sabueso que cubrían el lado derecho de su rostro, hicieron fruncir el ceño lleno de cicatrices de Drakain. Muchos de los suyos habían caído desde que cruzaron los límites de la extraña ciudad: Asborga, Ghraddus, el duardin Bjarvor.
Sin embargo, Sarkana le había caído bien al Campeón del Foso, tanto como podía caerle bien a alguien un guerrero de las Ocho Puntas. Había estado a su lado en los fosos de Varanspire, había aullado su nombre en señal de triunfo cuando sus característicos golpes habían partido el cráneo de Vorogoth el Ursa Nocturno, había estado a su lado mientras masacraban a los guerreros esclavos de Lord Thraxar. Cuando llegó el momento de desafiarle por el liderazgo de la banda de guerra -y habría llegado, tan seguro como el desdichado Sigmar encogido en Azyr-Drakain habría sentido cierto arrepentimiento mientras la despedazaba.
Pero Sarkana ya no estaba, y su intención era hacer que Soroth Kor se arrepintiera. De los cuerpos destrozados de aquellos con los que se había cruzado desde entonces mientras vagaban por la ciudad, Drakain se había enterado de que había alguien que tal vez tuviera los conocimientos necesarios para hacer precisamente eso.

Una cosa que habían descubierto poco después de entrar en Soroth Kor era que la luz era un recurso escaso con el que nunca se podía contar. La iluminación procedía casi exclusivamente del maldito cielo, y a veces... a veces "cambiaba", haciéndose más brillante o más tenue sin motivo aparente. Aquel resplandor carmesí los había seguido por las calles y hasta el mercado cercano al corazón de la ciudad, a veces iluminando ruinas desgastadas por el tiempo, otras veces dibujando la silueta de puestos y viviendas que parecían haber estado abandonados durante horas, por eso, cuando Drakain vio las llamas parpadeando en las ventanas vacías de una antigua casa de contabilidad, no tardó en dirigir su banda de guerra hacia ella.
El Campeón del Foso y sus guerreros aguzaron el oído mientras avanzaban porel tranquilo mercado, sin apartar las manos de sus espadas.
El peligro llega rápido en Soroth Kor - un capricho de la persistente malicia de la ciudad. Incluso los sentidos más afinados podían serengañados si se descuidaban un momento.
Las losas agrietadas se inclinaban hacia abajo a medida que se acercaban a las ruinas. A pesar de la proximidad de las llamas que lamían las ventanas vacías, en el aire persistía un frío amargo que hundía sus garras en la carne de los brazos de Drakains y le clavaba lanzas de hielo en la garganta con cada respiración. Otro de los pequeños regalos de Soroth Kor. Era esto, sospechaba el Campeón del Abismo, lo que había mantenido frescas las cabezas montadas fuera de la entrada.
Cada una había sido toscamente cortada por el cuello, el corte desigual y salpicado de sangre seca. Cada una de ellas mostraba una expresión de terror con la boca abierta, algo que Drakain sospechaba que tenía más que ver con la falta de ojos y lengua que las estacas de madera que atravesaban sus cráneos destrozados.
Más cabezas colgaban de las paredes con cadenas de hierro negro; en estos cascos huecos ardían llamas de fósforo que se alimentaban de sebo de una fuente desconocida, cuyo hedor no difería del de un guerrero bañado en el aliento de una hidra monstruosa.

Alvang fue el primero en adentrarse en la ruina, aunque Drakain iba sólo un paso por detrás de su Headclaimer. Cada paso traía consigo un crujido; los cadáveres de córvidos andrajosos que se rompían al pisarlos, desechados cuando el ocupante no les veía valor. Las llamas anaranjadas danzaban en el interior de una hoguera central,
bañando de luz una mitad del rostro del Tirano mientras la otra permanecíaen la sombra...
Mientras sus guerreros se desplegaban, los ojos de Drakain recorrieron lentamente las figuras lascivas que sobresalían de la piedra. Gárgolas. Si había una constante en Soroth Kor, eran éstas. Eran pequeñas y feas brutas, de aspecto típicamente dracónico o leonino, aunque sus semblantes tenían apariencia humana.
Muchas eran andróginas, encerradas en expresiones de miseria. Pero había otros rostros, todos ellos observando la aproximación de los Tiranos de la Espira con la típica idiotez muda. Al menos uno de ellos se parecía a una representación clásica del Dios Rey, lo que hizo que el rostro del Campeón del Foso se frunciera.“¿Por qué habéis venido?”
La voz era un chasquido de juncos y crujido de nudillos. Se enconó en la oscuridad y, en un instante, los autoproclamados señores de la arena se pusieron en guardia.
Se alzaron las armas y se murmuraron juramentos en Varanjuurk, la lengua mestiza de los fosos. Drakain blandió su mazo de cadenas con lentitud amenazadora, enseñando los dientes mientras buscaba el origen de las palabras desafiantes. No tardó en divisar a la encorvada criatura que cojeaba desde las sombras.
"Tú eres el que los hombres llaman el sabio".
La idea pareció divertir a la enjuta criatura. Drakain observó cómo avanzaba cojeando, con sus arrugados rasgos reflejados en la luz. El rostro del hombre-cosa tenía un tono ceroso y pálido, como el de un cadáver ahogado flotando desde ellecho de algún lago rezumante. 

No tenía labios y, cuando sonreía, sus dientes eran feos y torcidos. Tampoco tenía ojos; al igual que las cabezas del exterior, habían sido tallados y ofrecidos como precio por una verdad desconocida. Unas uñas largas y
mugrientas golpearon un nudoso bastón de roble cuando se detuvo ante las llamas, con los amuletos y chucherías repiqueteando en su pecho.
"Sí, supongo que sí. No sabía que mi reputación había llegado tan lejos".
"Este lugar se está ganando su propia reputación en los últimos días. Los ojos de los poderosos se posan en él, como un nuevo campo de batalla en el que demostrar su valía. Se buscan todas las ventajas".
"Más tontos de ellos", refunfuñó la cosa, sacudiendo la cabeza con una mueca. "¿Y bien, guerrero? ¿Por qué me has buscado?"
"Conocimiento", dijo el Tirano de la Espira, con el ceño fruncido. Fue el tono de cansado desafío del sabio, más que su miserable aspecto, lo que provocó una punzada de irritación en las tripas de Drakain. Se tomó un momento para calmarse, respirando con frialdad por encima de la furia que bullía en su pecho. Dirigió un gesto brusco a Hongor, uno de sus Veteranos del Foso, a los niveles superiores de la ruina para vigilar desde una ventana destrozada. "Conocimiento y venganza".
"Ja!" Eso, al parecer, divirtió al viejo sabio nudoso. La hendidura de su boca se curvó hacia arriba, con sus afilados dientes brillando en el resplandor aranjado.
"Ja! Sí, tú y cualquier otro aspirante a señor que me busque. No lo encontrarás, guerrero. Te lo aseguro".
Drakain se negó a caer en la trampa. "Dicen que llevas más tiempo que nadie en Soroth Kor y que conoces más secretos que todos los forasteros juntos". Hizo una pausa y entrecerró los ojos en señal de advertencia. "También dicen que te gusta matar a los incautos que te encuentran. Así que seamos claros desde el principio. Me dirás exactamente cómo mato a este desdichado lugar, y lo harás sin rodeos".

"Mis conocimientos no nacen de ningún gran artificio de mi propia invención, te lo aseguro", dijo el sabio. Ahora miraba las llamas, con las cuencas de los ojos
clavadas en las lenguas de fuego que se contorsionaban. La sonrisa había abandonado su rostro demacrado y marchito. Drakain no la describiría como una expresión preocupada, si no tal vez como una expresión de inquietud. "Estoy aquí, y he aprendido lo que puedo, porque Soroth Kor me lo permite. Tal vez desee un testigo.
¿Por qué no?"

¿Así que realmente hay un maldito intelecto que gobierna este lugar? El pecho de Drakain se llenó de júbilo. Afirmaba no ser ni el más sabio ni el más astuto de los guerreros del Despojo, pero la cuestión de matar cosas enemigas era una noción que comprendía.

"Tal vez en el más sencillo de los términos", gruñó el sabio, evidentemente disgustado por la impaciencia de Drakain. Volvió a mirar al guerrero por encima de un hombro, con una expresión amarga en el rostro. "No podrás domarlo y, desde luego, no conseguirás matarlo. Soroth Kor ha visto miles de tu especie y no le importa
tu petulancia. Esto no es Carngrad, donde gobiernan hombres y monstruos. Eres carne para ser devorada, una mosca que no sabe que está atrapada".
"Estos destinos no están escritos", dijo Drakain, con más fuerza de la que pretendía. La ira que había crecido en sus entrañas chisporroteaba ahora con cada palabra rencorosa que pronunciaba la arrugada criatura. Si era sincero consigo mismo, el Campeón del Foso no estaba seguro de lo que había esperado aprender del viejo sabio, tal vez la ubicación de algún corazón singular de oscuridad en el que pudiera clavar su espada y ver correr la sangre, como si eso fuera a equilibrar el ultraje y la pérdida que había sufrido en la sucia ciudad.
Una solución tan sencilla parecía ahora patéticamente optimista.
Pero en el Despojo del Viento de Sangre, admitir la impotencia era aceptar la muerte. Tal era la convicción que lo invadía cuando dió un paso alfrente y dejó que su espada susurrara a pocos centímetros de su vaina. "Lord Harkoth tiene laintención de rehacer esta maldita ciudad de una manera más agradable a los dioses".
"¿Los dioses? Los dioses están distantes aquí, Señor del Foso, y por una buena razón. Esta fue una ciudad de dioses una vez. Mil dioses, diez mil. Y de los mil, la gente de Soroth Kor encontró a los Cuatro".
¿"Los Cuatro"?
"Oh, vamos, chico. No te hagas el tonto conmigo. Lo veo en tu porte, en tus cicatrices: has estado a la sombra de la Torre Definitiva. Has oído susurros de los Cuatro.
Todos los hombres y mujeres que viven en este lugar abandonado conocen sus nombres, aunque sólo sea en el fondo de sus mentes. Has visto esa fea aguja que sus adoradores levantaron en el centro de la ciudad, supongo. El Corazón del Silencio, ¿no?".
Otra risita siguió a ese comentario burlón y otra sacudida de cabeza poco después. Drakain no podía saber si el sabio se divertía de verdad o si, sencillamente, se lo había contado tan a menudo -aunque sólo fuera a sí mismo- que los horrores que sugería yacían justo fuera de su vista se habían atenuado através de la banal familiaridad.
"Los locos señores que llegaron a gobernar esta ciudad pasaron tanto tiempo buscando dioses dignos de culto que al final los encontraron. La suya era una ciudad
bendita, levantada con antiguos tesoros encontrados en las profundidades. Por supuesto, estas nuevas deidades eran dioses amargados. Dioses celosos.
Si hay algo que nosotros, los del Despojo del Viento de Sangre diríamos que tenemos en común con ellos, sería que compartimos su incapacidad para coexistir en paz con nuestros parientes. La supremacía lo era todo. La sangre corría a raudales. Y mientras discutían y rezaban, y los Cuatro concedían sus regalos irreflexivos, nadie pensó en mirar dónde ponían sus cimientos. Pero la negrura de abajo, creció para conocerlos. Hay horrores ahí fuera, en la oscuridad más allá de los reinos donde el tiempo no es más que un susurro, y no les importan los nombres ni los rostros que nosotros, mortales transitorios, tenemos a bien otorgarles".

Cuando el sabio hizo una pausa en su diatriba, el silencio se apoderó de él como una bestia a medio vislumbrar mantenida a raya por una hoguera ya fría.
No tardó en sonreír de nuevo, aunque esta vez parecía casi compungido: "Así es Soroth Kor. Al igual que los dones de los Grandes Dioses pintan tus propios pecados
sobre tu carne, Soroth Kor ve lo que eres y te rehace como cree que debes ser". Hizo una pausa antes de que su rostro se curvara en lo que el Campeón del Foso sólo podía describir como una sonrisa triste. "O, tal vez, como lo que cree que sería más divertido".
"No he venido en busca de tus sermones, ni de la palabrería derrotista de cobardes y tontos", dijo Drakain, incorporándose y tensando unos músculos duros como el
hierro. A su lado, Alvang soltó una risita de depredador, levantando su hacha en un gesto de amenaza sin palabras. "Soy un Tirano de la Espira. Soy su elegido.
Tendré mis verdades, aunque tenga que arrancárselas a lo que queda de ti".
"¿Es así?" La expresión del sabio se curvó en una mueca fea y divertida. Una lengua larga y negra rodó por unos dientes ennegrecidos, preocupándose por un incisivo podrido y flojo. "Vaya, vaya, pero eres un iracundo. Dime, pues, estoy intrigado: ¿qué es lo que crees que Soroth Kor te ha quitado?".
El Campeón del Foso acababa de tomar la decisión de destripar a la encorvada criatura cuando el sonido de un proyectil golpeando la carne resonó en la ruina.
Se giró, con el látigo en ristre, mientras Hongor lanzaba un aullido agónico y se desplomaba desde el piso superior. El Veterano del Foso aterrizó con fuerza,
retorciéndose con la intensidad suficiente como para romperse los huesos, con la cara convertida en un rictus de tormento. La carne ondulaba por su cuerpo,
extendiéndose desde la delgada jabalina enterrada en su pecho y transmutándose rápidamente en opacas escamas esmeralda ante sus propios ojos.
Algo que al menos revelaba la identidad de sus agresores. El alma de Drakain ardía de odio. Sólo los adoradores del odioso Nagendra eran tan cobardes como para
emplear tales armas.
Con una última mirada de advertencia al sabio, que no parecía ni sorprendido ni divertido por el repentino asunto, Drakain lanzó un grito gutural Varanjuurk antes de dirigir a sus guerreros supervivientes de vuelta a la carga.
Los Tiranos de la Espira tardaron sólo unos instantes en encontrarse con el primero de los Colmillos Astillados. Gritando alabanzas a su dios-serpiente, dos Sangre-Clara se lanzaron hacia delante, con dagas envenenadas brillando en la luz roja. Drakain rechazó los golpes con desprecio. Un cultista cayó cuando el Campeón del Abismo arrastró su espada por la garganta; el otro se desplomó cuando su maza de cadena le destrozó la parte frontal del cráneo.
La agresividad de los Tiranos de la Espira les hizo cubrir terreno rápidamente, pero en los sinuosos confines del mercado, el número de Colmillos era revelador.
Por el rabillo del ojo, Drakain vio cómo Alvang decapitaba a un cultista antes de que dos más saltaran sobre él desde las sombras. el Headclaimer soltó un rugido mientras era arrastrado bajo una tormenta de cuchilladas. Gritos sedientos de sangre a su alrededor hablaban de destinos similares. Si quería quebrantar la voluntad de los Colmillos Astillados, sólo tenían una opción: encontrar al líder de la banda de guerra y aniquilarlo.
En tales cosas, los Tiranos de la Espira sobresalían.
Pisando la alfombra de serpientes que se extendía y se enroscaba a sus pies, Drakain contempló la carnicería. Iluminados por la luz del refugio del sabio, los guerreros luchaban y caían, pero... allí. Contra las llamas, se perfilaba una figura que sostenía un cruel tridente, con los rasgos ensombrecidos.
Con un gruñido de indignación, el Campeón del Abismo avanzó a zancadas largas y depredadoras, con los ojos clavados en su némesis. No apartó lamirada mientras
le abría la garganta a un guerrero Colmillo, aprovechando el movimiento hacia atrás para dirigir la punta de su espada hacia el campeón rival.

"Has elegido una mala noche para levantarme los humos, skortja".
"El Gran Nagendra exige tu muerte", dijo el líder de guerra Colmillo Astillado mientras se adentraban sin prisa en la luz anaranjada.
El sonido de aquella voz clara y cortante detuvo de golpe el avance de Drakain. La conmoción aflojó su rostro y amenazó con hacerle perder el agarre de su espada.
No era que la voz hubiera sido femenina; era que pertenecía a una mujer que él conocía.
"¿Sarkana?"
No había reconocimiento en el rostro de la mujer. Apenas se percibían emociones, y sus ojos estaban distantes, como concentrados en algo que nadie más podía ver.
Pero era ella: los mismos tatuajes, las mismas cicatrices. Sujetaba las armas extranjeras como si hubiera nacido para ellas, observando a Drakain todo el tiempo.
El Campeón del Foso la miraba fijamente, con la boca tratando de formar palabras que no salían."Sarkana, ¿qué locura es ésta?", dijo al fin. "Eres una de nosotros. Eres mi hermana del Foso. No hubo respuesta, pero las palabras del sabio llegaron hasta él.

Soroth Kor ve lo que eres y te rehace como cree que debes ser.
O, tal vez, como cree que sería más divertido.

La mujer lo miró fijamente. Drakain se atrevió a albergar la esperanza de que sus palabras hubieran calado hondo. Pero se desvaneció tan rápido como había aparecido, y cuando habló, lo hizo con una voz llana que no admitía discrepancias.
"Ni una palabra más, pagano". Sarkana atacó como una víbora desenrollándose. Aunque era un veterano curtido en muchas peleas sangrientas y sangrientos combates
cuerpo a cuerpo, una persistente sensación de conmoción robó la fuerza de Drakain, haciéndole apenas capaz de levantar su espada y desviar su tridente.
El acero resonó con extraños ecos cuando sus armas se encontraron, y el estilo de lucha de él se correspondió con los ágiles pasos de ella. Su mazo de cadenas martilleó el aire donde momentos antes había estado la cabeza de Sarkana. Con un rugido de indignación, Drakain se lanzó hacia delante, empleando su fuerza en un golpe brutal, como tantas otras veces.
Pero Sarkana no lo había olvidado todo. En lugar de intentar desviar o escapar del golpe, la mujer se inclinó hacia él. Se deslizó dentro del arco de la espada; un instante después, el dolor invadió a Drakain cuando su tridente se clavó en él.
Un frío entumecimiento descendió, dejándole distantemente consciente de que sus costillas se derrumbaban por la fuerza del golpe y de que la carne de su espalda
se desgarraba al salir las púas.
Luego llegó la agonía provocada por la toxina. Drakain gritó. Gritó más de lo que creía que un hombre podía gritar. Gritó hasta que sus cuerdas vocales se desgarraron y la sangre brotó de su boca. Entonces el tridente se retrajo, y el Campeón del Abismo cayó. Cayó al suelo, con espasmos, sangrando, con el corazón
latiendo furiosamente en la ruina de su pecho.
A pesar de la muerte inminente, el Campeón del Foso conservó suficiente fuerza para mirar hacia arriba. Sarkana lo miró fijamente. Una vez más, Drakain creyó ver
una suavización de los rasgos, un parpadeo de confuso recuerdo.
En en las sombras por las llamas, ella era como había sido : una Tirana de la Espira, una señora de la arena, no lo que sea que Soroth Kor había rehecho su mente rota.
Pero luego pasó, y Sarkana volvió a avanzar por la masacre, dejando que Drakain se retorciera mientras una risa de carcajadas resonaba en el viento crepitante.
Mientras la negrura se acercaba para engullirlo, el Campeón del Abismo sepreguntaba cómo elegiría la ciudad rehacerlo. 

Si es que decidía hacerlo.

*********


 CONCLUSIONES

A parte de las referencias a Malal mencionadas al principio del artículo, hay varios puntos que cabe destacar:

• La presencia que reina en Soroth Kor, ha derrotado tanto a los seguidores y dioses del Caos como a los del Orden.

• Se menciona en varias ocasiones que esta presencia emana odio 

• El río Azote divide la ciudad en dos partes, una con un puente de vidrio mármoreo arcano y otro cubierto con estatuas de obsidiana, y literalmente dice que cae en una boca, el blanco y el negro dividiendo una calavera os suena?

• Bajo la ciudad hay un abismo donde se dice que mora esa presencia, un vacío en el que se arrojan los que hasta allí llegan y son poseídos por el terror y la locura.
Podría ser una referencia al lugar entre planos de existencia al que el Jerarca del Terror se vió obligado a exiliarse tras la guerra contra sus hermanos?

• Los que consiguen sobrevivir a los túneles y catacumbas regresan con trozos de obsidiana que llaman piedra nula, podría ser una referencia al capítulo El mal de la piedra bruja de la Búsqueda de Kaleb Daark?

Por último destacar el parecido de esta frase:

"... una risa de carcajadas resonaba en el viento crepitante"

Con esta otra perteneciente al Lore oficial de la primera aparición de Malal
en WHFRP:

"... y la risa del Dios Exiliado llena el sepulcral Espacio"

Coincidencias o referencias veladas.
Algún día se revelará el paradero de Malal  en los universos de GW...
Pero mientras recordad, Soroth Kor tiene alma...

Y os odia









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